CON EL MISMO CORAZÓN
¡Gracias a Dios¡. Hemos podido andar este camino, tomados de
las manos hasta en el más mínimo instante. Con
un mismo corazón, que ha venido latiendo con la misma vida, marcándonos
el paso victorioso.
Cuánto gozo poder dar una mirada atrás, para contemplar el camino que nació una tarde
de luces marabinas. Camino sembrado de pedruscos y salpicado de baches que
hemos sabido vencer.
Todo marchó, todo armonizó: nuestros corazones latieron al
mismo paso, al mismo ritmo. Hubo coincidencia en nuestros pensamientos, en
nuestros deseos y aspiraciones. Y emprendimos el mismo camino, en la misma
dirección y a la luz del mismo interés.
Cuánto agradezco a Dios porque una tarde, que caía sobre mí
como manto de piedras, surgiste de pronto, no sé si venida del cielo como el
ángel que eres, o si emergida de la
tierra como la flor esplendorosa que siempre habrás de ser. No lo sé. Pero
llegaste a mí como apacible sorpresa.
Con esa tu humilde y silenciosa
presencia de mujer que da todo de sí,
sin pedir nada a cambio, aunque merezca todo lo mejor, con creces. ¡Y cuánto
has dado de tí, mi canción permanente! Y, porque nuestro amor no muere y de
continuo se alimenta y se sostiene, luce labrado en la memoria como fuego indeleble.
Cuando el amor es verdadero,
la alegría viene de por sí y todo lo satura, todo lo suaviza, todo lo vence y
lo perfuma.
Cuando el amor no es tal, no
florece la alegría porque no tiene fuente ni raíz: como no puede manifestarse
el perfume cuando la flor no existe o se marchita.
Desde que, en medio del batir de las encinas por el viento y el vuelo de aves insondables, la Pitia predijo nuestro encuentro, mi corazón comenzó a palpitar su adivinanza y se dio, entre ansiedad y dudas, a encontrar tu figura en el follaje. Durante horas pasó revista y quiso sentir tu luz entre las sombras. “Esta no es, no me parece. No creo que aquélla. Tampoco, la del vestido rosa. Ni la de azul. Ni aquella rubia, ni alguna de estas morenas...”.Ya había perdido la cuenta, la esperanza y la paciencia, y cuando me disponía a despedirme del lugar, mi corazón gritó como Triana en el birrete oscilante de los vientos, ¡ésa sí es!. Y esa eras tú. Y prueba de que lo eras, son 40 años de amor y nuestros hijos.
Sí. Fue la tarde del matrimonio civil de
tu amiga Jenni. Por fin te hallé, después de tanto andar, cuando ya no
me alcanzaba la esperanza.
Te presentía, porque llevaba en mi pecho tu fotografía espiritual y estaba compareciendo a tu llamado.
¡Luminosa melodía interior que
siempre vibra y suena en mí!. ¡Mi alegre
campana de perenne alegría!.
Finalmente te encontré. Una sensación de alivio, de paz y de alegría. Un preanuncio de la felicidad que habrías de derramar sobre mí a cada instante.
A partir del encuentro, me fue creciendo el gozo. Me ha crecido cada día, cada instante, como crece la luz cuando el sol inunda la tierra. Porque tú lo llenas de luz y lo alimentas, con el calor y el color de los días, de los meses, de los años. Con los hijos, el hogar, y el deseo y el querer tenerte siempre cerca.
(De Brindis de Luz por la Mujer Amada)
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