viernes, 27 de noviembre de 2009

HORROR A LO NUEVO. DE JJBOCARANDA E


LOS MISONEISTAS

Juan José Bocaranda E

El hombre que siente horror a lo nuevo, rehuye cuando se sugieren o plantean nuevas realidades, constituyendo así una rémora para el avance de la sociedad y de la Humanidad. Se trata de una persona cobarde, pues no enfrenta la propuesta recurriendo al derecho a la crítica sana, sino que se oculta para atacar a mansalva, haciendo uso de los llamados argumentos ad hominem.
Argumento ad hominem es aquél que, en lugar de ir objetivamente al fondo del asunto para cuestionarlo mediante reflexiones serias y con el ánimo de contribuir con un aporte valioso, superior al de la propuesta, se limita a denigrar del proponente, con el fin de desprestigiarlo. Su torpeza es, pues, tal, que supone que el pretendido desprestigio de éste, habrá de restar fundamento a la proposición, como si ambos –proponente y propuesta- estuviesen substancialmente vinculados.
Lo perverso de esta actitud solapada y cobarde radica en que el misoneísta busca el apoyo de otros seres de su calaña, integrando entonces, todos ellos, un hatajo de mediocres morales con los cuales y de los cuales es imposible obtener ni la más mínima contribución que enriquezca el proyecto.
Cuando los integrantes de este hatajo son profesionales, se excusan del debate, alegando que “no vale la pena desperdiciar tiempo rebajándose a discutir con un loco o con un ignorante”: en realidad pretenden ocultar así la falta de argumentos válidos contra la nueva propuesta.
Con personas de esta estatura, como dice Ingenieros, el hombre no hubiese salido todavía de las cavernas.

martes, 17 de noviembre de 2009

EL CÓNDOR DE LA NOCHE. JJBOCARANDA E

El ser humano debe elevarse en la multidimensionalidad, en busca de la plenitud
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DIMENSIONES Y PROYECCIONES DEL SER HUMANO

Juan José Bocaranda E

Cuando Aristóteles anotó que el hombre es un animal racional, no pretendió dar una definición plena del mismo, sino destacar la racionalidad frente a la animalidad. Y lo decimos porque el hombre no es sólo racional, sino también ético y espiritual.
La animalidad, la racionalidad, la moralidad y la espiritualidad, constituyen otras tantas dimensiones de lo humano, que debemos tener presentes para realizarlas cotidiana y permanentemente, como proyecciones de lo humano.
Debemos aspirar a la plenitud, conjugando, en forma consciente, armónica y eficaz, aquellos cuatro atributos. Cuando no existe la debida proporción, estamos en presencia de lo que alguien ha llamado “hombre unidimensional”, desequilibrado, antítesis del hombre trascendente, que desarrolla en sí las cuatro dimensiones.
Son unidimensionales, por ejemplo, el hombre o la mujer que sólo otorguen importancia a la animalidad, abstrayéndose de las dimensiones correspondientes a las esferas de la razón, de la moral y del espíritu. Bien está que cultivemos nuestras potencialidades físicas y vivamos consciente y adecuadamente los aspectos que corresponden a nuestra animalidad, como alimentarnos, descansar y divertirnos. Lo negativo y lo nocivo está en que olvidemos o neguemos importancia a la necesidad “humana” de cultivar la racionalidad mediante el estudio y el conocimiento, y actuando en forma racional en el desenvolvimiento práctico de la vida y en la solución de los problemas que ella plantea.
Tampoco olvidemos realizar los valores éticos o morales en nuestras relaciones familiares y sociales, como el respeto, la fraternidad y la solidaridad. Y, del mismo modo, no dejemos de lado nuestros deberes espirituales, que no debemos confundir con los dogmas religiosos.
Cada una de estas dimensiones tiene sus propias características y genera consecuencias conforme a su naturaleza, sembrando en el ser humano, cuando se les conjuga y armoniza, una sensación de plenitud espiritual que se traduce en la “alegría de vivir”, que de por sí se evidencia como “alegría de servir”.
Cuando funciona la plenitud de lo humano, podemos proyectar la síntesis vivenciada de las cuatro dimensiones, hacia nuestras esferas familiar, social y laboral: percibiremos con alegría cómo la familia y el trabajo dejan de ser una carga y pasan a convertirse en una oportunidad para el ascenso espiritual.
Amemos nuestro trabajo; desempeñémoslo con alegría; hallemos en él una oportunidad para realizarnos, no sólo porque nos permite alimentarnos y alimentar a nuestra familia, sino también porque a través de él desarrollamos nuestra racionalidad y disfrutamos la oportunidad de servir a los demás.
Servir a los demás devenga ganancias espirituales, porque nos enriquece, haciéndonos más nobles y dignos. El día en que los funcionarios sientan la “alegría de servir”, mejorará la sociedad, mejoraremos todos, porque nos alejaremos de la mera y burda animalidad con la que nos topamos en la jungla del diario vivir.