GRACIAS,
TAMBIÉN, A TUS PADRES
Cuando
te hallé a la puerta de la casa de tus padres te saludé lleno de alegría y pedí
conocerlos, y gustosa, mas con el
silencio de tu modestia natural, me abriste la puerta. Y fui recibido como se
recibe a los viejos amigos.
Les
pedí tu mano y se cubrieron de tristeza
porque te marcharías conmigo a tierras extrañas.
Quisieron
saber qué sería de tí. Yo les prometí que te consagraría mi vida y te haría livianas las horas y los días.
Que, tomados de la mano, inseparables, emprenderíamos el camino. Que
sentaríamos nuestro hogar en un lugar apacible donde abundaran los colores y
las flores y las aves y las fuentes, y seriamos felices. Que conocerían a
nuestros hijos y los alzarían en los brazos y se verían reflejados en sus ojos
como se reflejan las generaciones de los hombres, y se llenarían de alegría.
Ellos
confiaron en mí y en mis palabras. Pero, antes de que los sueños fueran
realidad, cuánto tuvimos que luchar, venciendo tantos obstáculos que me
ayudaste a superar con tu amor, tu bondad y tu paciencia. Jamás escuché una
palabra de protesta ni de reproche. Por lo contrario, te sumaste aun más y
sumaste tu voluntad y tus esfuerzos, y vimos cómo el hogar se iba configurando,
tomando cuerpo y llenándose de luz, hasta quedar firme y pleno. Luego fueron
acudiendo a nuestro llamado los hijos, que inundaron de alegría nuestros
corazones. Y todo esto, gracias a ti, con tu amor y tu nobleza. Y gracias a la memoria
de tus padres, que también llegaron a ser míos, por su comprensión y su bondad.
(De Brindis de Luz por la Mujer Amada)