EL CAMBIO INTERIOR
Dàmaris de Bocaranda
Revoluciones por aquí,
revoluciones por allà…Pero, ¿què se espera de una “revolución”? Si nos atenemos
a las palabras de quienes las promueven, de quienes las incitan, de quienes las
dirigen, podríamos concluir que las revoluciones se hacen para lograr una
autèntica justicia social, es decir, para que, en condiciones de igualdad, la
riqueza de la sociedad, del país, se
distribuya en forma equitativa, para que todos tengan trabajo, alimento,
vivienda cómoda, atención mèdica eficiente, acceso a la educación, etc.etc.,
todo lo que ya sabemos…
Pero, en el supuesto de que
triunfase la tal “revolución”, en el supuesto de que quienes la han promovido y
dirigido, se transformen en gobernantes, ¿estaràn èstos en condiciones de
impulsar los medios, los recursos del Estado, por la vìa correcta? Porque,
¿està un ciego en condiciones de enseñar a ver, o un lisiado en condiciones de
enseñar a caminar? ¿O un corrupto en condiciones de brindar lecciones de Moral?
Con esto queremos
significar que quienes se abocan a predicar revoluciones deben comenzar por
revolucionarse a sì mismos, previamente, pues, de lo contrario, se trata de
gente deshonesta, falsa, que únicamente ha tenido el propósito de acomodarse en
la vida, sin importar, realmente, lo demás.
La verdad de una revolución
se mide por sus efectos reales, por sus consecuencias tangibles. Si la
revolución no hace otra cosa que reemplazar a unas personas por otras, a unos
gobernantes por otros, sin profundizar, sin contribuir a que las personas sean
mejores, a que disminuyan el egoísmo, la perversión, la mala intención, el
crimen, la deshonestidad, se trata de una revolución falsa.
Tambièn aquí se aplica
aquello de “por sus frutos los conoceréis”: conforme sean los frutos, buenos o
malos, justos o injustos, verídicos o falsos, sinceros o engañosos, de
generosidad o de egoísmo, sabremos con certeza si la revolución es verdadera o
no, y sabremos, igualmente, si sòlo se trata de un proceso externo, aparente,
sin fundamentos, es decir, si los promotores de la revolución se habían revolucionado
a sì mismos antes de pretender
revolucionar a los demás, para lo cual debieron
haber comenzado por cambiar la mentalidad.
No puede haber revolución
verdadera si no la precede, como base, como punto de partida, un cambio de la
mentalidad, es decir, un salto de la ruindad moral a la nobleza moral, del odio
al amor, de la mentira a la verdad. Si no es asì, sòlo se pretende obtener
peras del olmo, como dice el viejo dicho, y eso no vale la pena, como es obvio…
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